Antes, conversar era sin guion: mirar, escuchar, sostener una pausa. Hoy recibimos frases sugeridas y prompts que “ayudan” a salir del paso. Ganamos eficacia; a veces perdemos atención.
Hoy la comodidad lo ha cambiado todo. La tecnología ofrece atajos para pensar, sentir y hasta responder por nosotros. Ahorran tiempo, sí. Sin embargo, ese exceso de IA en lo cotidiano también nos aleja del pulso íntimo que se aprende en la espera, ese segundo que sostiene una buena conversación.
La primera vez que oí de asistentes que anticipan respuestas respiré aliviada: menos fricción, más tiempo. También frené. Si la herramienta habla antes que yo, ¿qué queda de mi opinión y de mi capacidad de respuesta ante lo inesperado?
El exceso de IA no es ciencia ficción: es una erosión suave, casi invisible. Una voz amable que propone y, de a poco, decide.
Antes la conversación tenía aire. Ahora una alerta corta el hilo y un asistente rellena huecos. Guardamos para “después” y se nos escapa el presente.
No culpo a la máquina. En ese paisaje, herramientas como Cluely parecen la solución rápida. Puede ser una buena editora: corta, ordena, sugiere. El riesgo, creo, está en convertirla en autora.
Cuando cedo el volante, mi voz se encoge. Delegar sin medida atrofia lo vital: pensar, improvisar, sostener la pausa. Ahí aparece la autenticidad.
La hiperconexión trae una paradoja: más acceso, menos roce. Respuestas pulcras, poca fricción, mínima presencia. El exceso de IA uniforma la voz y aplaca el error, que es donde aprendemos.
La conversación no es un formulario perfecto. Es una deriva íntima, con baches, con respiración.
No propongo cruzar los cables ni hacer voto de desconexión. Propongo dosificar. Decidir qué sí y qué no delegamos. Reservar espacios sin asistencia para que la mente entrene. Escribir primero y, si hace falta, pedir que la IA pula después. Aceptar que algunos silencios piensan por dentro y valen más que la respuesta inmediata.
La tecnología es un espejo. Amplifica lo que somos. Si nos vaciamos, amplifica el vacío. Si ponemos intención, amplifica la intención. Elijo la segunda opción: que la IA sea un editor atento, no un ventrílocuo.
Al final, la diferencia no la marca el algoritmo. La marcamos nosotros. ¿Qué parte de tu día estás dispuesto a automatizar y cuál vas a proteger con uñas y dientes?
Si te interesa el tema, mira el video que inspiró parte de esta reflexión.
Preguntas frecuentes
¿Qué es el “exceso de IA” en conversación?
Delegar tono, tiempos y decisiones a la herramienta hasta perder reflejos propios.
¿Cómo uso herramientas como Cluely sin perder mi voz?
Primero escribe tú. Luego deja que la IA edite: ordena, recorta y sugiere. No la dejes hablar por ti.
¿Qué tareas sí conviene delegar a la IA?
Repetitivas, exploración de ideas y borradores. Conversaciones sensibles y juicios creativos, mejor en persona.
¿Cómo entreno mi rapidez de respuesta sin IA?
Espacios diarios sin asistencias, pausas breves antes de hablar y práctica de escucha activa.
¿Tengo que desconectarme para recuperar presencia?
No. Se trata de dosificar: decidir qué delegas y qué proteges. La pausa también comunica.